Viajar despacio (o el arte de pole-pole).
“En realidad no viajas para moverte, viajas para conmoverte.”
- Pico Iyer
Espera. Para el coche. ¿Y si nos damos la vuelta? Este fue un giro en redondo (literal) en nuestro viaje por Nueva Zelanda y la culminación de nuestro nuevo enfoque para viajar. Con la inercia de nuestros viejos hábitos, habíamos planeado visitar todos los grandes éxitos de la isla sur en poco más de una semana, desde un rally de Sauvignon Blanc en la región vinícola de Marlborough y bañarnos en las aguas tropicales del norte, hasta escalar los glaciares y navegar los fiordos del sur, pero algo nos decía que tal vez fuera demasiado y estaba claro que teníamos que ir muy rápido. Así que a los 100 Km nos enfrentamos al miedo de perdernos cosas y decidimos reducir los planes, haciéndolo todo más despacio y dedicando más tiempo a saborear no solo los pocos lugares que visitáramos, sino también el camino hasta ellos. No fue una decisión fácil, después de todo estábamos en las antípodas -lo más lejos de casa que vamos a estar nunca- y sin planes de volver, ¡y estábamos decidiendo de forma consciente perdernos unas cuantas cosas increíbles!
No sorprende por tanto, que en cuanto se decide tomar las cosas cosas con más calma, se siente un alivio inmediato.
No somos los únicos con este miedo, en Queenstown conocimos a una pareja catalana en su luna de miel, y estaban haciendo todas las actividades en la carta: vuelo en helicóptero sobre el glaciar Franz Josef, barranquismo en aguas heladas, puenting... todo el paquete de adrenalina, vistas y paisajes, pero estaban preocupados pensando que quizá se iban a aburrir en su próximo destino: Bora Bora (sí, lo has leído bien). Pensaban que a lo mejor no había suficientes actividades que hacer. ¿Qué tipo de sociedad nos hemos montado donde a alguien le preocupa aburrirse en una isla paradisíaca en el Océano Pacífico? Estamos tan acostumbrados a tal nivel de estimulación constante que la perspectiva de pasar un tiempo en paz se presenta desalentadora. Estamos tan entrenados a aprovechar nuestro tiempo al máximo, exprimiendo cada oportunidad de hacer algo nuevo, que además de insensibilizarnos a nuevas experiencias, acabamos dedicando muchísimo tiempo en planificar la siguiente aventura en lugar de disfrutar el momento como se merece. Además, tras varios días de subidones, el cuerpo y la mente empiezan a pedir un respiro, y en medio de un paraíso uno se puede ver aburrido, o simplemente aturdido. No sorprende por tanto, que en cuanto se decide tomar las cosas cosas con más calma, se siente un alivio inmediato. Para nosotros, tras un año de viaje, el cambio a hacer menos y disfrutar más se ha ido convirtiendo en una práctica regular. Al principio nos aterraba la idea, pero en cuanto lo decidimos (no sin poco esfuerzo) comenzamos a notar ese fenómeno del que habla la psicóloga y profesora de mindfulness Tara Brach: cuando vas la mitad de rápido, te das cuenta del doble de cosas. No se trata de no hacer, sino de dejar tiempo suficiente para estar realmente presente durante las cosas que se hacen.
La trampa, claro, es que hay pocas vacaciones y queremos abarrotarlas con tantas cosas como sea posible, tantas se acaba saltando de una cosa emocionante a otra, separadas por una serie de “inconvenientes”, ya sabes: colas en aeropuertos y taquillas, atascos, el servicio espectacularmente lento del restaurante, el largo y agotador paseo a la cascada ... parece que esos momentos tan poco glamurosos no son parte del viaje, pero vaya si lo son, ¡de hecho suelen formar alrededor del 80% del tiempo de vacaciones.
"Polepole" nos dijo un joven de la tribu Chagga. "¡Despasito!" nos aclaró al vernos confundidos. Como prueba final de nuestros propios sermones, nos vimos a las faldas del Monte Kilimanjaro rodeados de millones de cosas que hacer: safaris, caminatas, tours de café y visitas a las aldeas Masaai, donde por 5 dólares te puedes hacer la foto con uno de estos impresionantes cazadores (aunque la mayoría solo cace turistas estos días). Las posibilidades eran infinitas, pero decidimos salirnos del menú turístico y encontrar la magia en las pequeñas cosas que nos rodeaban, y así nos vimos dando vueltas por las arcillosas calles de Moshi cubiertas de las flores púrpuras de las jacarandas, descubriendo fantásticas cafeterías locales, regateando por unos céntimos en los escuálidos puestitos de carretera donde venden piñas y mangos, intentando vislumbrar la cima del escurridizo Monte Kilimanjaro con su eterna corona de nubes, sintiéndonos como estrellas de rock dando high-fives a los niños de camino al cole, y mezclándonos con la gente local más acogedora que no se cansa de repetir “¡karibu!” (¡bienvenidos!). Una vez hechas las paces con el miedo a perdernos cosas, nos relajamos y empezamos a disfrutar plenamente de todo lo que nos encontramos, valorando cada detalle sin importar lo mundano que parezca. Finalmente sentimos que estamos disfrutando el auténtico estilo de vida de Tanzania.
Si quieres probar viajar despacio, mira nuestras ideas para viajar despacio.
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