Vemos cómo desaparecen nuestras cosas (¿Soy una camiseta?)
Tantos años viviendo en uno de los países más capitalistas del mundo hace mella: estamos enganchados al chute de endorfinas que nos da comprar algo nuevo. El subidón no dura mucho pero lo que se compra sí, y ahí se queda luego, ocupando espacio. Pero se acabó, ha llegado el momento de liberarnos. Esto es por supuesto parte de nuestro nuevo estilo de vida: simplificar, reducir, necesitar menos, vivir más.
Pero nunca nos hubiéramos imaginado lo emocional e incluso traumático que es este proceso. Desbordados, decidimos investigar y encontramos un montón de información al respecto, desde la antigua sabiduría Zen hasta las últimas tendencias filosóficas (generalmente basadas en la antigua sabiduría Zen). Estas son las estrategias ganadoras:
¿Me produce placer? Esta es la pregunta que uno se tiene que hacer mientras sujeta ese jarrón que ha vivido durante años en un armario. Si la respuesta es sí, te lo quedas, si es no, pues fuera. En principio esto parece sencillo. Pero no, ese jarrón horrible te lo regaló alguien a quien quieres mucho por tu cumpleaños. ¡La culpabilidad se apodera de ti! Así que te lo quedas. Resulta que los humanos somos más complejos que la dicotomía placer/no placer. Además… ¡hay tantas cosas que nos producen placer! Particularmente zapatos (Verónica) y bombillas (Enrique).
Crear reglas. Este es buen consejo porque al ser tú el que las hace, te creas la falsa ilusión de estar en control sobre el proceso de separación. En nuestro caso la regla era que si algo entra en la bolsa de donaciones, no sale. Esta opción es una tortura. La bolsa se queda ahí durante días esperando a llenarse y cada vez que pasas, ves ese jersey que abriga tanto y te da tanto gustito ponerte en casa, pero que lleva contigo desde que tenías 15 años... O ese vestido que te sienta fatal pero tiene un estampado tan bonito… ¿quizá pueda renacer y tener una nueva vida como trapo de cocina?
La estrategia filosófica: ¿Quién soy yo antes y después de deshacerme de esta camiseta? ¿Que dice esta caca de unicornio sobre mí? ¿Me definen mis posesiones materiales? ¿Cómo me hace sentir chanclas con calcetines? Hacemos un café y reflexionamos sobre estas grandes preguntas mientras ponemos la caca de unicornio en la caja, junto al jarrón.
A veces nada funciona y lo único que queda es pedir ayuda al universo. Que no me sirvan estos vaqueros... ¡Por favor! Murmuras mientras aprietas las mandíbulas e intentas meterte los pantalones que, afortunadamente, solo llegan a mitad del muslo. ¡Bien! ¡Esos días de saltarme la clase de zumba por fin han dado su fruto!
Una vez hemos terminado la agonía de romper lazos con ropa que nos sienta fatal, con aparatos de cocina que no sabemos para qué sirven y con un montón de pequeñas cosas inútiles, es el momento de deshacerse de ello. Las donaciones a las tiendas de ONGs son sin duda la opción más fácil y satisfactoria ya que tiene el aliciente de sentirte bien contigo mismo y hacer a otros felices. Lo sabemos porque cada vez que los voluntarios nos ven llegar cargados con el carro de la compra hasta arriba nos hacen la ola desde detrás del mostrador. Vender cosas online es un trabajo a tiempo completo pero hemos conocido a gente encantadora. Mesa: fuera. Armarios: fuera. Cajoneras: fuera. Cama: fuera. Está todo bastante minimalista, pero, ¿no era esto lo que queríamos? ¿Vida esencial? Por cierto... ¿alguien quiere un sofá? ¡Precio de amigo por supuesto!
Nos damos cuenta de lo privilegiados que somos por estar en una situación en la que podemos dar y vender tantas cosas y lo mal acostumbrados que estamos por traumatizarnos por tener que decidir si nos quedamos con la lámpara o no. Así que con el puño en alto y la mirada desafiante nos hacemos una promesa: ¡nunca más!
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