Cómo lidiar con el estrés y otros retos de tu amígdala.
Lo confieso. Tengo un mal hábito: me comparo a menudo con los demás. Es cierto, todos lo hacemos, pero de alguna manera se siente más como un desafío cuando vuelvo a mi país de origen sin trabajo mientras intento convertir en realidad nuestro sueño de Kensho Life.
Si mantienes una situación así el tiempo suficiente empiezan a aparecer los demonios. Se esconden detrás de los pequeños comentarios que la gente hace en plan: “Bufff, pues las cosas están fatal en España, todo es un desastre... es todo muy, muy difícil” o “¿no conoces la meditación de cristales?” (ojos abiertos, cejas arqueadas) o “si lees Banda Gástrica Hipnótica de Paul McKenna, entenderás lo que quiero decir”... Hacen que la confianza tiemble como un flan.
Supongo que todas esas horas sentada, observando el picor sin rascarme, trayendo una y otra vez la atención de vuelta a la respiración y sintiéndome la punta de la nariz, parecen tener un significado ahora.
Con cierta perspectiva es fácil no dejarse afectar por comentarios como éstos, pero en el momento la amígdala rige las emociones y me empiezan a asaltar las dudas: “No tengo ni idea de estas cosas y se supone que yo soy la especialista... ¡tal vez no valgo para esto! No tengo suficiente conocimiento...” Y, con una máscara de racionalidad, reacciono: “Bueno, pues voy a investigarlo todo". Y me lanzo de cabeza a mirar las webs de esos gurús de renombre mundial y sus ristras de doctorados, sus colecciones de bestsellers, sus citas repetidas hasta la saciedad y sus millones de devotos seguidores... Por supuesto, llego a una conclusión también muy racional: “Esto no lo consigo ni de suerte y me voy a morir de hambre”. Reacción: Pánico. Síntomas: latidos nivel triatlón, pensamientos disparándose en todas direcciones, sudor en las manos, respiración entrecortada... y todo lo que quiero hacer es hacerme pequeña y más pequeña como una albóndiga. Para empeorar las cosas, otro pensamiento cae encima de todo como una losa: “¿Cómo voy a enseñar a nadie a lidiar con el estrés en este estado?” Y en ese instante puedo ver mis posibilidades de un ataque al corazón prematuro subiendo hasta nuevas alturas. Si me hicieran una resonancia magnética, se vería mi amígdala iluminándose como una verbena ... pero no hay celebración aquí. Esto es un infierno. A ver, para que nos entendamos, la amígdala es una parte fantástica de nuestro cerebro, que ha mantenido a la especie fuera del menú de nuestros depredadores durante cientos de miles de años, y es muy útil para tirarse a un lado cuando se te echa encima un tranvía. Pero en general, sin leones acechando detrás de los arbustos, es como tener un troglodita histérico y atiborrado de esteroides decidiendo la magnitud de tu respuestas emocionales.
Supongo que todas esas horas sentada, observando el picor sin rascarme, trayendo una y otra vez la atención de vuelta a la respiración y sintiéndome la punta de la nariz, parecen tener un significado ahora: en mitad de toda la locura, una pequeña chispa de claridad hace surgir un pensamiento diferente: “Simplemente observa”. “Vale” –me digo a mí misma– “antes de tirar el portátil por la ventana, observa. Obsérvate volviéndote loca”. Y entonces, respiro. “Esto es horrible y no me gusta, pero sigue observando, investiga”. Una vez que tomas este camino, las cosas comienzan a calmarse, así es como me suele ir:
Dejo que ocurra. Más fácil decirlo que hacerlo claro, porque mi primera reacción es rechazarlo todo y comerme una galleta (ó 4). A través de la práctica de mindfulness he aprendido a observar cómo se desarrollan los acontecimientos y las emociones, diciéndome que ignorarlo no ayuda, así que, en la medida de lo posible, dejo que las emociones y los pensamientos ocurran, permitiéndome sentirlos en mi cuerpo. Y puedo decir que siento físicamente cómo mi cuerpo se encoge, y con mi tamaño, apenas puedes verme.
Esto también. Este es el mantra de Tara Brach, significa que esta situación infernal en la que estoy también pertenece a la experiencia de estar vivo. Y recuerdo además que sólo a través del estrés se puede crecer verdaderamente, no rechazándolo o evitándolo. Decido creer que esto es cierto.
Esto es solo un pensamiento. A través de la meditación he aprendido a comprender la naturaleza aleatoria, abstracta y efímera de los pensamientos. Y no solo durante la meditación porque esto sucede todo el tiempo, en un momento estás sentado viendo una película y de repente un pensamiento ridículo surge como de la nada. Y luego se va. Me recuerdo a mí misma que no soy mis pensamientos, y que además vienen y van, como un estornudo.
Recuerdo Anicca - Impermanencia. Esto también pasará. Tarde o temprano, de una manera u otra, esto no durará para siempre. Esta se la agradezco especialmente al Sr. Goenka, todas esas horas de tortura Vipassana no fueron en vano.
Me felicito. Reconozco el gran esfuerzo que he puesto en todo este proceso y me como una galleta para celebrarlo. Ahora sí.
¿Hay alguna lección en todo esto? Intento ver si hay algo práctico que pueda hacer la próxima vez que me encoja como una pasa y me propongo aplicar la lección sabiendo que probablemente volveré a caer en la locura pero confiando en que, poco a poco iré aprendiendo a recuperarme más rápido.
Finalmente, en cuanto a mi capacidad para transmitir cualquier sabiduría o experiencia a los demás, supongo que lo primero es recordarme a mí misma que todos somos humanos y que todos experimentamos dolor y alegría, felicidad y tristeza, placer y sufrimiento... sin importar cuánto conocimiento tengamos de la amígdala, ni lo atentos que vivamos la vida. Todo a lo que podemos aspirar es aprender a aceptar esa realidad, ser amables con nosotros mismos en el proceso, confiar en la práctica y recordar que si no sintiéramos esas emociones... bueno, pues seríamos unos psicópatas.
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